Hace mucho que el bello azul de sus aguas dejó de ser el único protagonista de la Ibiza más natural. Olimpo del hedonismo, del submarinismo, de la navegación y de la gastronomía, la isla es también la arquitectura que narra su historia más desconocida. Su quintaesencia es, sin duda, la piedra natural de la isla, un ingrediente que, siglos después, sigue decorando muros, fachadas, parques, jardines, chimeneas, jardineras e incluso elementos decorativos en interiores.
Solo hace falta alzar la mirada mientras oteas el horizonte desde cualquiera de las rutas que recorren el campo ibicenco para darte cuenta de que la sola presencia de este material basta para iluminar aún más el bucólico paisaje que viste a Ibiza.
Al igual que sucede con las construcciones civiles y los edificios y viviendas que salpican la isla, la piedra natural de Ibiza nos habla de la importancia de la artesanía y del peso de la tradición.
Una de las más características es el “marés”, una piedra muy popular debido a su gran uso en construcciones en tiempos pasados. Está formada por arena endurecida compuesta de fragmentos carbonatados de organismos marinos y granos de otras rocas. Es arenisca, porosa de tacto rugoso, un material muy versátil que permite crear infinidad de proyectos.
Su enorme belleza se debe, en gran parte, a su delicado color, que va desde el beige al rosa, pasando por los ocres tan característicos de las construcciones mediterráneas. Estas tonalidades suaves y su capacidad aislante son los responsables de que las viviendas que eligen esta piedra para sus fachadas no absorban la gran cantidad de calor procedente del sol.
Pero la meramente funcional no es la única razón que explica la prevalencia de este material sostenible frente a otros más modernos. Como si se tratara de una receta heredada de abuelos a nietos, los constructores de la isla escogen casi una a una cada piedra que forman los muros de muchas de las casas de campo, agroturismos y restaurantes que han sido levantados en los últimos años siguiendo la estética más tradicional.
El fin, una vez más, es volver a la esencia, conectar con la naturaleza gracias a la privilegiada y sencilla belleza de un material que ha sobrevivido por méritos propios al paso de distintas modas y civilizaciones.
Disfrutar de un atardecer arrullados por el mar con las vistas puestas en una fachada creada con esta piedra única es un canto a la vida que solo sucede en sitios como éste, donde el cuidado a la tradición sigue marcando una arquitectura única y sostenible.
En muchas de las casas de campo a cuyas fachadas han dado vida estas piedras aún se pueden escuchar los ecos de vidas pasadas, de familias enteras reunidas al calor de la lumbre, como si cada una de estas piezas hubiera podido guardar el corazón de esta isla sin prisas.
Otro de los usos de la piedra ibicenca se encuentra en los tradicionales “marges” o “paret seca”, una construcción muy típica de las Illes Balears. Estos muros payeses que forman parte de la identidad más arraigada de la isla blanca se realizan mediante el apilamiento de piedra sin usar otros materiales, salvo tierra seca, y están muy extendidos por la zona más rural. Se usaban para delimitar bancales de cultivo en forma de terrazas en zonas con desnivel. Aún hoy se pueden encontrar en zonas boscosas donde, en algún momento, hubo terrenos cultivados por el payés.
Esta huella humana respetuosa con la naturaleza y que toma como ingrediente principal la piedra autóctona se ha mantenido gracias al oficio de “margers”, uno de los más antiguos de la isla y al que afortunadamente aún se acercan las nuevas generaciones para perpetuar un legado arquitectónico único en el mundo.
Un buen ejemplo de este amor a su tierra y a la piedra es Francisca Marí Tur, la única mujer del archipiélago balear con título de maestra artesana de la “pedra en sec” y alma mater de la restauración de algunos de los más bellos pozos, morteros y molinos antiguos que colman el paisaje ibicenco.
Lejos del bullicio de la ciudad y acunados por la brisa las edificaciones cosidas a mano con los hilos de piedra local parecen detenidas por el tiempo. Obras de arte vivas que, gracias a la piedra que las viste, se convierten en el mejor decorado para disfrutar, esta vez sí, de un paraíso único y natural.