Las construcciones tradicionales ibicencas son un fiel reflejo de la historia de la isla: una sociedad agrícola y una economía de subsistencia que adapta los permanentes cambios a través de una arquitectura al servicio de las necesidades de la vida y la actividad rural ibicenca.
Una visita a Ca n’Andreu, en el pueblo de Sant Carles de Peralta, permite descubrir cómo era la vida en la isla antes de la llegada del turismo. Convertida en casa museo, la finca de es Trull de Ca n’Andreu data del siglo XVII y conserva todos los elementos propios de la arquitectura tradicional ibicenca incluida una almazara (de las pocas que se conservan en la isla) construida en el siglo XVIII. La casa contiene, además, multitud de utensilios y aperos de la labranza, muelas de molino, herramientas para la fabricación artesanal de calzado e instrumentos musicales, así como mobiliario y ropaje tradicional de la vida rural ibicenca.
La finca se encuentra ubicada muy cerca de la recién restaurada ‘Font de Peralta’, constituyendo un enclave único y de visita obligada para conocer la esencia de la actividad y vida de los payeses.
Las casas payesas se amplían a medida que aumentan las necesidades de la familia. Ca n’Andreu conserva la distribución tradicional de las construcciones rurales y cada uno de los espacios permite mostrar los objetivos y funciones que le eran propias.
Así, el espacio central de la construcción se conoce como ‘porxo’, un espacio central y distribución desde donde se accede al resto de dependencias. Antiguamente, el ‘porxo’ se usaba como punto de reunión de familia y vecinos, así como de almacén. Desde una escalera ubicada en el extremo de esta dependencia, se accedía a las llamadas ‘cases de jeure’, las habitaciones para dormir.
En los dormitorios de las casa payesas era habitual encontrar el mobiliario tradicional para dormir y guardar la ropa: camas, cajas, canteranos, percheros y mesitas de noche, así como diferentes sistemas de iluminación como velas, ‘llumeners’ o quinqués. También se muestra parte de la indumentaria tradicional: mantones, pañuelos, sombreros, vestidos…. El porche de la planta superior se usaba para secar frutas y verduras y disponer así de estos alimentos durante todo el año.
La cocina es la estancia principal de la vivienda porque en los meses de invierno la familia se reunía junto al fuego que se usaba para cocinar. En la cocina se conservan fogones de leña, utensilios para cocinar y el ‘cossi’, un recipiente usado tradicionalmente para lavar la ropa con el jabón y la lejía elaborada en casa con los restos de la ceniza, aceite y cáscaras de almendra.
En el exterior, uno de los elementos que más llaman la atención por su buen estado de conservación es la era, una pequeña plaza de forma circular que se utilizaba para trillar cereales y legumbres y almacenar la paja. Junto a la era se encuentra un pequeño aljibe de donde se sacaba el agua potable que servía para el consumo diario de la familia y los animales de la casa. Junto a ella, la ‘casa de la matanza’ destinada a guardar todas las herramientas, balanzas, utensilios y aperos necesarios para la elaboración de embutidos tradicionales.