Más allá que un simple utensilio cotidiano en las labores domésticas y agrícolas de los ibicencos, los cuchillos, las ‘cutxilles pageses’, son una de las señas de identidad más características del pasado rural de la isla, piezas únicas que se han transmitido de padres a hijos y que igual servían como útil de cocina que como desafiante arma con la que afrontar a los rivales de lances amorosos.
Las ‘cutxilles pageses’ son objetos únicos, piezas con la tradición e historia grabadas a fuego y convertidas en pequeñas obras de arte, únicas y muy apreciadas por los coleccionistas. En una sociedad basada en la economía de subsistencia, donde la escasez y la falta de medios eran la tónica habitual de la Ibiza antigua, llama la atención la laboriosidad y riqueza de detalles plasmados en los antiguos cuchillos ibicencos.
La fabricación de estos instrumentos comenzaba con la elaboración y forjado de la hoja de acero, cuyo material se extraía de viejas limas inservibles o de las ballestas de los camiones retirados de la circulación. Una vez enfriado el acero, que previamente se había calentado con carbón al rojo vivo, se picaba la hoja hasta igualarla y poder así decorarla y grabarla con un martillo o con un punzón. Al igual que ocurre con los antiguos instrumentos musicales de la isla, los motivos empleados en la decoración solían ser dibujos vegetales o florales. El cuchillo no estaba completo hasta que se procedía a insertar el mango, normalmente fabricado en madera de cerezo, aunque también podía ser de metal, de hueso, o incluso de la mezcla de estos materiales.
Cada pieza, se guardaba en vainas hechas con piel de buey y, en muchos casos, grabadas de manera similar al cuchillo, convirtiéndolas también en pequeñas obras de arte. El proceso de fabricación de un buen cuchillo finalizaba con el ‘trempat’, que consistía en sumergir la afilada hoja de acero en aceite de oliva con el objetivo de potenciar su corte. Las ‘cutxilles’ solían fabricarse en cuatro tamaños diferentes, adaptados al uso principal para el que estaban destinados: las más grandes para la matanza del cerdo y las más pequeñas para la cocina o para el campo.
Antiguamente, era habitual que los hijos recibieran un cuchillo de su padre a partir de los catorce años, ya que se consideraba que, una vez tenías un cuchillo propio dejabas de ser un niño para convertirte en adulto.
Además de su obvia función doméstica y del campo, era habitual su uso en la matanza del cerdo, antiguamente los cuchillos payeses se utilizaban también como arma, que solían esconder en la cintura o en la pierna e incluso, para evitar el control de la Guardia Civil, eran las jóvenes las encargadas de esconder el cuchillo debajo del mantón.
El uso de estos utensilios protagonizó durante años truculentas historias de luchas y peleas entre muchacho de diferentes pueblos o rivales en el tradicional cortejo, ‘festeig’ con las jóvenes del entorno.